22.1.17

Mis cuentos (XIII): Oscuro...


Abrió los ojos, no veía nada, no recordaba dónde estaba ni qué había pasado...le dolía la pierna izquierda, el suelo estaba duro, el ambiente viciado, casi irrespirable…¡claro! De pronto todo vino a su cabeza: ¡la explosión y el derrumbamiento!
-         -  ¡Juan!
 Gritó, estaban en la mina, comenzó a oír algunos lamentos ahogados, intentó incorporarse y fue como si le hubiesen clavado un cuchillo a la altura de la rodilla.
-          - Antonio, Canijo… ¿alguno estáis? ¡Decid algo!
-          - ¿David? ¿Cómo estás? ¿ Te funciona la luz?
-          - A mí no, vamos que la he perdido. ¿Quién eres, no te identifico la voz?
-          - Fernando, el cordobés.
En ese momento se iluminó un rincón, David comenzó a renquear en esa dirección, cayó un par de veces, al llegar comprobó que el Canijo no podía hablar pero sí había conseguido encender su lámpara. Consiguió calmarlo e incorporarlo, estaba en shock.
-         - Cordobés, ¿dónde estás?
Con la luz del Canijo consiguió encontrarlo porque éste no dejaba de gritar, estaba atrapado bajo un puntal, con su ayuda consiguió liberarlo. Ambos hicieron memoria…
Estábamos ocho: nosotros dos , el Canijo, Antonio, el Abuelo, Martín, Herme y Pepe. Vamos a buscar, guiándose por su instinto, recordando dónde estaba trabajando cada uno fueron encontrando a la mayoría, ayudándolos y valorando las heridas y contusiones que cada uno tenía. Encontraron dos de las emisoras y rápidamente Herme y Antonio que eran los que peor movilidad tenían se dedicaron a intentar usarlas para pedir socorro.
El Abuelo apareció, era el que peor suerte había tenido, estaba trabajando justo donde se había producido el desplome, había quedado completamente sepultado por cascos y puntales…había muerto.  La pena, los llantos, los lamentos se hicieron presa del pozo…Herme lloraba a moco tendido, el Abuelo era su suegro, su compañero de fatigas y su mejor amigo. Tras un rato, tal vez quince minutos, tal vez tres horas de duelo, decidieron volver a reorganizarse: David distribuyó tareas, la principal intentar contactar con el exterior.
De pronto, una especie de zumbido sonó en la emisora de Antonio:
-…psch, jjjj,… ¿alguien nos oye?
- ¡Sí, aquí le oímos!, ¡Socorro, ha habido un desplome, el Abuelo, digo Francisco, ha fallecido, el resto estamos machucados pero bien… sáquennos de aquí!
 - Tranquilo, muchacho ¿Quién eres?
- ¿Cómo  que tranquilos? ¡Antonio, soy Antonio!
- Tranquilo Antonio, ya sabemos cómo os vamos a sacar, no tardaremos mucho. No gastéis fuerzas en balde

- Vale…pero no corte la comunicación, por favor...

Un saludo a tod@s.

No hay accidente, por desgraciado que sea, del que los hombres hábiles no obtengan provecho.
François de La Rochefoucauld (1613-1680) Escritor francés.

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