14.11.15

Mis cuentos (IV): No le cogían la mano...



No le cogían la mano...

Años después, con el saber que dan la nieve y el desierto sobre la cabeza, el pequeño Juan logró entenderlo.
Cuando en el frío del patio del colegio, aquel maestro de voz terrible pero dulce mirada ponía a los escolares en corro en la actividad que a Juan más divertida le resultaba; aquella actividad en la que se dejaba el recto enseñar de matemáticas o de reglas de aquel duro lenguaje que no se hablaba en su casa ni casi en su barrio. Esa que permitía correr, saltar, jugar a la pelota, gritar; siempre comenzaba y terminaba de la misma forma: todos cogidos de la mano, girando en un sentido al comenzar y en el otro al terminar, cantando una canción muy rápida al comenzar y más calmada al terminar. Pero eso sí, siempre cogidos de la mano. Bueno o de la manga, porque al pequeño Juan siempre le agarraban de la manga, cuando por error él cogía, como hacían la mayoría de sus compañeros a las dos personas que tenía a los lados por las manos, si era un niño se soltaba la mano con brusquedad y le cogía por la manga, si era una niña, normalmente se lo pedía con suavidad pero el resultado era el mismo aunque lo que permitía era a Juan coger la manga de su ropa. A veces Herr Elsembach, cuestionaba a los compañeros el motivo de hacer eso, y a pesar de que las respuestas no convencían ni engañaban a nadie, se daba por respondido y les permitía continuar haciéndolo.
Sólo existían cuatro excepciones a la regla general: Si uno de los vecinos de corro era el bruto de Gunnar Huss, éste no se soltaba, sino que apretaba, apretaba y apretaba hasta que era Juan el que se soltaba cómo podía; si tenía la suerte de que a su lado caían su vecino Julio o Murat, el pequeño niño moreno que nadie entendía, quedaban las manos enlazadas como las de los demás, y podía sentir su calor, las de Murat apretadas casi con desesperación. Y el caso más extraño de todos era si le tocaba a su lado la preciosa Frieda Marfurt, con sus enormes ojos azules; en ese momento Frieda perdía la sonrisa que le regalaba por las tardes cuando jugaban juntos en el parque con la nieve y le ofrecía con una caricia su manga, tras ello pasaban a girar cantando. Frieda, como por error, de vez en cuando acariciaba con un dedo la mano de Juan. Y siempre, siempre, siempre, una lágrima resbalaba por su mejilla antes de que acabara la canción.

A veces, Juan le contaba esto a su madre al llegar a casa y ella con dulzura le quitaba importancia:
-¡Son cosas de los alemanes, hijo, que son muy raros!

No le cogían la mano, pero un día logró entenderlo.



Un saludo a tod@s

¿Por qué aprendemos a temer el terrorismo pero no el racismo, no el sexismo/machismo, no la homofobia?
Angela Davis (1944-?) Política, activista y profesora 

























2 comentarios:

EL OJO DEL ALMA dijo...

bonito cuento, no se en que te as inspirado pero me suena de algo jejeje.

maria jose dijo...

lastima de hijo no haber estado yo allí en tan duros momentos, para desde el minuto uno verle entregado su corazón.