Llegó un día sin que nadie supiera muy bien cómo lo hizo, o quién lo dejó allí.
La cuestión es que en la misa de 12 del domingo todos pudieron ver cómo un nuevo crucificado adornaba una de las capillas laterales de la parroquia mayor.
Y allí quedó observando a todos los feligreses y siendo observado, con recelo por qué no decirlo, por ellos a su vez.
El Párroco, D. Domingo Pimentel, inquirió en mitad de la homilía sobre el benefactor, o donador de la imagen, para agradecerlo, dado que nadie declaraba dicha autoría, decidió bendecirlo, llamarlo Santísimo Cristo de la Redención y notificar al arzobispado de Sevilla sobre la nueva adquisición. Como regalo al pueblo, y a la imagen, propuso una procesión extraordinaria de la imagen para dentro de quince días usando la parihuela que cediese voluntariamente alguna de las dos hermandades del pueblo, la del Jueves Santo o la del Viernes.
Y así se hizo, el 17 de mayo de 1615 salió la procesión, como no sabían muy bien para dónde (que no era D. Domingo de planificar en exceso) pusieron norte al Calvario (como hacían las cofradías de Semana Santa), bajo un sol de justicia, le mostraron al Cristo los yermos campos de la castigada vega que sufría una pertinaz sequía de cuatro largos años. Así, ya aprovecharon para pedirle en rogativa al Cristo que terminase con ese infierno en la tierra y volvieran las ansiadas lluvias.
El lunes, amaneció completamente cubierto, a las 10 de la mañana comenzó a llover, primero tímidamente, después con toda la fuerza con la que se pueden ensañar las tormentas primaverales en el sur de Andalucía. Diez días seguidos estuvo lloviendo, haciendo pequeñas paradas para que se pudieran turnar las distintas tormentas que hacían acto de presencia.
Así, la cosecha tardía se pudo salvar, y la ruina también. El siguiente otoño ya fue tempranero de aguas.
Nadie se explicaba qué había pasado, pero desde luego en la comarca fue conocido "el Redentor" como benefactor y traedor de aguas (ya que ellos habían sido beneficiarios indirectos del milagro local).
Así, en los sucesivos periodos de sequía que fueron golpeando a la región, a veces, alguien señalaba con el dedo índice la necesidad de hacer trabajar al Redentor. Y, éste, con mayor o menor fortuna, en menor o mayor plazo, terminaba por conceder agua a la localidad.
En el año 1981, de nuevo el fantasma de la sequía asolaba los campos de Los Alcores, en realidad los de toda Andalucía, y la historia se volvió a repetir como tantas veces desde 1615: una cohorte de agricultores locales se entrevistaron con el Párroco del momento para sacar en procesión a su Dios de la Lluvia particular: El Cristo de la Redención (que continuaba día a día, en el mismo sitio, con la tez un poco más oscura cada vez, mirando las generaciones de feligreses relevarse unas a otras.)
Era D. Marcelo Libra un cura de los de antes, conocedor de su profesión, y con un sentido pragmático de la vida, su cuerpo revelaba que compatibilizaba su amor por Dios con el amor a la buena mesa, Y quién no acompaña los productos de la buena mesa con una bebida que lo complemente. Así, D. Marcelo, era hombre de no perdonar el aperitivo diario tras el Ángelus, en su mesa no podía faltar un tinto de La Rioja y terminaba las comidas siempre con un anisado o similar en el postre, que estaba sobradamente demostrado que éste mejoraba la digestión.
Cuando tras la misa, en la sacristía se colocó delante de D. Marcelo la cohorte de agricultores y su portavoz le manifestó sus deseos:
- D. Marcelo, necesitamos que nos dé usted permiso para hacer procesionar al Redentor, el campo se nos muere.
Éste les miró uno a uno en silencio, se colocó las gafas en su sitio y les respondió:
- Haced lo que queráis, pero que sepáis que el tiempo, de llover... no está...
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